Carta N° 4

20.07.2018

José Gregorio médico rural

Isnotú, Octubre 2 de 1888

Sr. Santos A. Dominici. Caracas.

Muy querido amigo: Mi última carta fue del 16 o del 18 de pasado, si mal no recuerdo, y no te escribí el 25, que también había correo, porque estuve sumamente ocupado en Betijoque con una enferma que tuvo una retención de orina desde hacía once días a consecuencia de un parto laborioso: orinaba por poquitos, lo cual no me engañó porque justamente acababa de leer en Playfair esa causa de error tan sumamente común; le puse la sonda y le extraje una inmensa cantidad de orina, y le ha quedado una cistitis que le he estado tratando y de la cual está ya muy mejor. Ya ves que fue muy a mi pesar que dejé de cumplir con el deber gravísimo que me he impuesto de escribirte todas las semanas para darte cuenta de todo lo que me sucede durante este corto espacio de tiempo...

Te parecerá increíble que todavía no haya conocido una persona con la cual se pueda conversar un cuarto de hora siquiera; es verdad que no he salido de aquí y de Betijoque: me levanto a las siete para que el día se pase más ligero, veo tres o cuatro enfermos que tengo aquí, luego voy a Betijoque a caballo y veo los de allá que son: la mujer de la cistitis, un señor que tiene una iridocoroiditis y una vieja con fiebre en la que todavía no he hecho mi diagnóstico; sospecho que sea una tifoidea. De Betijoque vuelvo a almorzar, leo un rato hasta las tres, en que les hago nueva visita, tanto a los de aquí como a los de aquel lugar; como a las seis, y la noche la paso leyendo o sin hacer nada.

No me he vuelto a afeitar: figúrate qué fisonomía tan respetable la que ahora ostento, lleno de una barba que cada día aumenta de algunos milímetros, y todo ello me agrada mucho porque me divierte el verme tan horroroso; la gente de aquí nada nota porque a los jóvenes en este país no acostumbran hacer uso de la navaja, esto tiene la ventaja de que uno se quema menos con el sol, puesto que la espesa e hirsuta barba lo protege; no obstante esto, hoy me tienes con una fuerte neuralgia dependiente de haber aguantado ayer un chorro de sol capaz de derretir a cualquier cristiano.

Esta misma semana se va para allá el señor P. A. Salas, con él te mando un poquito de dulce de leche para que lo coman allá todos, es hecho aquí en casa; deseaba haberte mandado unos bocadillos, pero como este señor ha dispuesto su viaje repentinamente, no ha habido tiempo de encargarlos a Mérida, que es donde se consiguen buenos. Mi tía no quería que te lo mandara porque dice que da pena regalar eso: es que ella no sabe quiénes somos nosotros y cree que debe haber alguna etiqueta; ese señor que lo lleva me dijo que se hospedaría en casa de Ayala, que es aquella casa de huéspedes que queda en la calle que va a la escalinata del calvario cogiendo por casa de Duprat, una casa de alto en la cuadra que está antes del puente: te digo esto para que lo mandes a buscar.

Cariño a las niñitas, un saludo al doctor de parte de papá y de todos nosotros.

Tu amigo que te abraza muy estrechamente.

Hernández.

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